La mala costumbre by Alana Portero

La mala costumbre by Alana Portero

autor:Alana Portero [Portero, Alana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-01T00:00:00+00:00


NOCTURNO

Llegué puntual al páramo de las cinco esquinas, llevaba un vestido de agua muy ajustado y las alas a medio abrir como correspondía a aquella hora, en la que aún no cantan las esferas pero sí se dejan ver. Era mi primera gibosa menguante en Leo y la sexta reunión con otras criaturas del bosque del verano de Antares. Los tacones de obsidiana me hacían algo de daño por la poca costumbre de llevarlos, pero en cuanto se me desperezaron las alas y logré aliviar la carga de mis pies desapareció esta incomodidad y pude lucirlos con la ligereza que se esperaba de mí.

Pronto se llenó el espacio y nos juntamos unas entidades con otras, alas con cuernos, espinas dorsales con pezuñas hendidas, pieles de fuego con capas de musgo. En cuanto salió la reina jorobada derramó su luz dentro de nuestras bocas y le entregamos, como debía hacerse, nuestra alma inmortal para que comenzase el baile. Un sabor que no llegó a ser amargo se desparramó por mi lengua y ya todo fueron cuerpos respondiendo a la demencia lunar, a la música de las esferas, al dolor, al placer y a cada uno de los pasos que se recorren de uno al otro. Quise acercarme hasta el vacío para mirar de frente a la gran maga sin quedar ciega, pero las corrientes internas de la danza al son del sistro de la madrugada y los juegos tectónicos de las carnes me llevaron de un lado para otro sin que mi voluntad tomase partido. Para mirar siquiera a la que todo lo mueve había que participar de la danza vidas enteras; desistí de mi empeño, cerré mis alas, volvió el dolor de la obsidiana, me entregué a las punzadas de algún dragón que olió carne fresca aquella noche, me perdí en el ritual hasta que una sacudida me arrancó de él. Una voz detrás de mí, la de un hombre que tenía una mano posada sobre mi hombro derecho, me preguntó si estaba bien. Deshice con lentitud nuestra unión, me di la vuelta, le besé muy despacio y hondo, con la cadencia del abandono y la pasión cansada del agradecimiento, sabía a dragón. No le dije nada ni volví a tocarle. Salí de aquella oscuridad caliente y accedí a la zona del local que estaba iluminada. No supe si buscar el baño para beber agua, me moría de sed, o buscar la salida. Me quedé un momento de pie en medio de aquel espacio, algo menos abarrotado que el que había dejado atrás, aterrizando en un fango frío que presagiaba un mal amanecer. Pregunté la hora con un gesto de dedos sobre la muñeca a un andrógino y tristísimo dios Hermes que abrazaba con todo el cuerpo un bafle a través del que sonaba Better Things, de Massive Attack. Me miró a los ojos y no me dijo nada, solo movía la cabeza muy despacio, intentando seguir sin éxito la canción, como si estuviese escuchando otra dentro de sí. Su



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